Sewell: relatos de una ciudad segmentada en Chile

Sewell: relatos de una ciudad segmentada en Chile
Vanesa Fernández
Sin bebidas alcohólicas, ni autos, solo escaleras, en los inviernos estaba repleto de nieve, sin ningún animal alrededor y una altura de más de 2.000 metros. Así vivían los sewellinos, ciudadanos que no volverán a vivir en la cordillera de los Andes, pero el recuerdo de sus vivencias siempre habitará en sus memorias.
Patrimonio y política
Este domingo 21 de noviembre son las votaciones para escoger a la/el próxima/o presidente, los que recientemente dieron a conocer a El Mercurio cuál sería su primera medida en el área cultural.
Sichel comentó la idea de abrir un gran fondo para apoyar las industrias creativas y la economía naranja, Artés mencionó desatar una revolución cultural plurinacional, Kast dijo potenciar las orquestas juveniles, Ominami se refirió a la creación de un bono de 50 mil pesos para que los jóvenes consuman cultura, Parisi nombró más centros culturales (como Matucana 100) en todas las municipalidades, Provoste señaló la revisión de todas las leyes sectoriales y la creación de la Ley del Libro y un nuevo proyecto de Ley del Patrimonio y Boric aludió a la creación de puntos culturales, aumentar presupuesto de cultura al 1%, y reformar la Ley de Patrimonio para que cumpla con la consulta indígena y proceso participativo.
Si bien todos los candidatos mencionan “la cultura” en sus programas de gobierno, solo estos dos últimos hicieron hincapié en el Patrimonio de la Humanidad en esta oportunidad.
Son aproximadamente 1.000 sitios patrimoniales de la UNESCO, 7 de ellos se encuentran en Chile, uno de ellos se integró en 2006, la ciudad minera Sewell de la Región Libertador Bernardo O’Higgins, en la que habitaron 15.000 personas, mucho menos de los aproximadamente 83.000 de la comuna de San Ramón, la más pequeña del país.

Cristina Nieta, la historia de una sewellina
Recuerda su vivencia por el Cerro Negro, mismo que se encuentra en plena Cordillera de los Andes:
“Llegué cuando me casé, en 1955. Él (su esposo) me llevó allá, fue nacido y criado allá”
Luego se dedicó al comercio, en el almacén Sewell, que era el almacén principal”. A 60 kilómetros estaba Rancagua, en donde había más centralización, pero no por ello Sewell estaba menos preparado, ya que había instituciones, establecimientos educacionales, centros de entretención y abastecimientos comerciales, todo en pequeña (pero suficiente) cantidad. Incluso tenían telégrafos, correos y recibían visitas de artistas internacionales como Lucho Gatica.
Cristina era de la quinta región, y en el campamento había una estricta restricción con aquellos que no eran del lugar. Incluso, se debía tener a algún familiar que lo invitase y con un máximo de 5 días de estadía. Los nombres, edades y ruts, eran algunos de los datos que se pedían para mantener el orden del lugar que fue creado en 1905, pero habilitado por un ferrocarril creado entre 1907 y 1911. Cristina por suerte, tenía a una tía en dicho recinto y así pudo conocer al amor de su vida.
“Me fui de visita, no recuerdo el año, pero yo era estudiante no más. Yo iba a unas vacaciones de verano y a conocer. Pero éramos chiquillos, era una cosa así no más…”. Una cosa que resultó en su primer pololo, con el que perduraron su amor por medio de cartas debido a la distancia, lo que llevó posteriormente a un casamiento y una familia que aumentó con la participación de Cristina y Mariela Vásquez, sus hijas.
Una vez casado, Luis Vásquez con 25 años pudo postular a un edificio, ya que como soltero vivía en lo que llamaban “camarote”. Este nombre se le asignaba a la diferencia socio económica, pues, existían los americanos, empleados y obreros.
Los americanos
Fueron aquellos extranjeros que tenían mayores privilegios como vivir en chalés individuales con jardines, ir a clubes sociales exclusivos como el billar y teatro, y su existencia se debía a que Braden Copper Company (de William Braden) fue la empresa encargada (y autorizada) de explotar los recursos de la mina subterránea más grande del mundo.
Los empleados
Estos debían dedicarse al área comercial que usualmente se ubicaban en el centro de la ciudad y vivían en chalesis.
Los obreros
Eran los que hacían el trabajo pesado y habitaban en camarotes, los que eran edificio de 3 – 4 pisos con aproximadamente 14 casas por piso, contando con baños comunes, los cuales Cecilia comenta la limpieza eficaz que había en ellos.
Sewell, una vida sencilla
“Todos los edificios bien hechos, bonitos y era impresionante cuando uno llegaba en el tren y mirar el cerro arriba” comenta al recordar el recorrido de ida. Aquí la pobreza no existía.
“Era bonito, grandes comodidades no, la vida allá era muy sencilla, buena, sin peligro. Poca comodidad, pero como que uno se hacía el ambiente”. Cecilia tiene más de 90 años y recuerda con claridad las caras de aquellos que vivían a su alrededor, las vivencias que la mascaron más y el ambiente grato que se generaba en las alturas.
A pesar del origen del club de palitroque “bowling” de 1938 (la pista más antigua del país), Cecilia cuenta que “había poca distracción fuera del cine, pero uno echa de menos, mire, por mí yo habría seguido viviendo ahí…”. Luego de permanecer 10 años en el lugar, tuvo que ir a Rancagua antes de que el campamento cerrara, ya que su esposo siguió trabajando en el almacén, pero querían seguir dándole estudios a sus hijas quienes, como todos los niños, solo tenían hasta sexto básico.
Historia de Sewell
A fines de los 60’s, el campamento de Sewell debió ser evacuado y aunque el que se liberaran grandes cantidades de sustancias tóxicas era una de las causas, la mayor fue que al nacionalizarse el cobre, comenzó la denominada “Operación Valle”, ya que el estado ya no podría solventar a las familias.
Sewell vestía de blanco y esta era una de las razones por las que no transitaban automóviles, el tren era el único transporte, pero conectaba netamente a Rancagua, no recorría tramos cortos. Todos debían caminar las largas escaleras (en 2 kilómetros hay aproximadamente 600 escalones) para llegar a otro lugar, los que en total eran un perímetro aproximadamente de 175.000 metros cuadrados.
Para que no hubiese accidentes, los encargados de la limpieza les colocan sal al piso resbaloso, ya que así la nieve se derrite. Cabe señalar que no siempre había nieve, ya que al estar en alturas en invierno era más usual, pero el clima era mediterráneo y en el verano las temperaturas superan los 30°C. “Caminé al hospital, tuve mi primera hija sin familia, yo sola…” a pesar de eso, le encantaba las condiciones del lugar, no le costó volver a acostumbrarse al clima de Rancagua, pero aún así comenta “me gustaba la nieve, me daba la impresión que estaba en otro país.”
Mariela Vásquez, una generación más joven en Sewell
Mariela, hija de Cecilia, tuvo la misma impresión y aún recuerda cómo era la movilización de los accidentados. “No había ambulancias, entonces trasladaban a los enfermos que no podían caminar, tenían la camilla que eran como poner dos palos. Entonces, ponían una persona ahí amarrada con cinturón y cuatro personas toman la camilla por atrás. Bajaban y subían por la escalera.” También señala la eficacia con la cual atendían, sin atochamiento “nadie quedaba sin atención médica”. Este hospital es reconocido por ser el primero en tener incubadora, rayos x y por ende, ser el más moderno de Latinoamérica.
“Es como un cuento, es como si tú tomaras un libro (…). Es difícil en estos tiempos algo así. O sea, que te regalen la vida y que bueno, no pagas nada, pero te tenías que portar bien.” Esa era una de las razones por las que a pesar de que había diferentes clases sociales y segregación entre los adultos, no se quejaban, ya que los “americanos” tenían bajo control todas las necesidades.
“La infancia fue fantástica. Ahí no había diferencias (…). Estuve como hasta los 8 años. El peligro, la maldad que existe no estaba allá…ahora tú no dejas a un niño de 6 – 7 años caminar solo. Porque todo estaba muy controlado, entonces, si hacían algo malo lo sacaban en el mismo día del campamento con toda la familia.”En Sewell había carabineros y capataces, estos últimos eran los empleados de la empresa que se encargaban de merodear el lugar. De hecho, había “Ley Seca” y aunque se generaron contrabandistas llamados “guachucheros”, había “calabozos” para aquellos que no cumplían las normas.
Mariela también recuerda con mucha felicidad el gimnasio, el cual ocupaban en horario de colegio y resultó ser el más moderno de Sudamérica. Tampoco olvida cuán importante era la presencia de la primera piscina temperada en Chile y del cine en el lugar “costaba conseguir entradas. Serían cuatro funciones diferentes en el día, porque había mucha gente. Aquí llegaban primero que en Santiago y subían las mejores películas. Una calidad totalmente distinta.”
Cecilia contó que volvió dos veces más luego de que su esposo dejara de trabajar en el lugar. En la última oportunidad el sitio donde vivía ya estaba demolido. “Había muy poco, del centro no más. Nunca debieron haber demolido”. Había más de 100 edificios, la última actualización fue en 2017 con 50 en proceso de restauración, manteniendo sus características esenciales. La no continuación de la demolición fue gracias a que los sewellinos se juntaron a firmar en contra de esto.
Sewell no es reconocida por ser “la ciudad de las luces”, sino que por ser la primera ciudad cuprífera del país, pero aun así Mariela recuerda la vida nocturna como especial. “Todo iluminado en la noche. En la escalada siempre iluminado”, lo que daba un aspecto de vitalidad, a pesar de que todo cerrara temprano, motivo por el cual un pito sonaba a las 06:00 a.m. para que todo funcionase temprano.
Sewell no era netamente una ciudad que se depositaba encima de la mina de cobre subterránea más grande del mundo, El Teniente, sino que también un tesoro de recuerdos y Mariela, al igual que su madre Cristina, tuvieron su cuna de amor. “Vivíamos los dos allá. Como niños nos conocimos, pero no éramos amigos. Nos volvimos a encontrar en Rancagua ya jóvenes.” De quien se refiere Mariela es de Miguel Basualto, con quien posteriormente se casaron y tuvieron 2 hijos y 1 hija. Este también dice tener lindos recuerdos de infancia junto a sus hermanos, al crear tablas para deslizarse por las frías lomas.
Adriana y Sergio, una pareja sewellina
Los padres de Miguel son Adriana Gómez y Sergio Basualto. Este último tenía a su padre trabajando como sereno, los que se encargaban de controlar el acceso “como las plantas de producción estaban en el mismo campamento, era riesgoso que una persona ajena a ello, entrara”, así comenta Sergio.
En esta ciudad vivió desde los 5 años en Sewell, por lo que sus recuerdos de Rancagua eran escasos, no así con la ciudad minera que a la edad de 89, su memoria contiene detalles, desde los nombres de las personas, colores que lo rodeaban (tonos pasteles en el caso de los hogares), cantidad de casas que había por piso, su materialidad (madera y acero), hasta la porción de colegios con sus respectivos nombres “en el caso de las mujeres les enseñaban lencería, moda, tejido a telar y a mano. Para los hombres existían talleres de forja de materiales, mecánica, carpintería y electricidad. Había un curso mixto que se enseñaba contabilidad y comercio. Pero todos esos cursos duraban tres años y después de eso no había otra posibilidad de estudio.”
Este explica que debido al clima, era complicado llegar a los lugares, por lo que la empresa instaló un colegio en distintas partes del campamento para su correcta accesibilidad.
Mientras que Sergio recuerda con precisión su educación, su esposa Adriana fue la encargada en 1955 de enseñar, es profesora y estuvo enseñando hasta el cierre del campamento. En cuanto a los colegios, había para niñas y niños de manera separada, posteriormente se hicieron los mixtos.
A diferencia de Sergio, Adriana no era de Sewell desde pequeña, por lo que lo conoció ya con título profesional. “Nos conocimos en una fiesta. De hecho yo vivía en la casa de esta tía (que era esposa de un trabajador de molino) y a la primita la invitaron a un cumpleaños. La mamá no quería que fuera, pero si yo la acompañaba, la dejaban. Así que partió por la fiesta y ahí conocí al caballero y ya no me soltó”.
Sergio comenta que “el vivir en Sewell significó que desde niño nos acostumbramos a que nos faltaran cosas. No faltaba ver harto perro, caballo, árboles, esto no había. Entonces era un cambio grande no tener eso y verlo acá”.
Vida scout en Sewell
Sergio ingresó en 1945 a los scouts para entretenerse, el cual se creó en 1915 “después del año 90 se juntaron unos pocos viejos y empezamos a reunirnos para revivir todo exactamente. Se les ocurrió que por qué no salimos a meter bulla como salida al norte. Así que salimos a tocar tambores, corneta, pito…”.
Sergio tiene en su hogar un cuadro con los integrantes de ese entonces de la banda y aunque muchos de ellos ya no están vivos, este sigue teniendo contacto con la mayoría y se juntan a recordar viejos tiempos. También posee un cuadro grande de Sewell y cada anécdota que cuenta lo posiciona con su dedo.
Educación en Sewell
A sus 87 Adriana tiene un cariño especial con Sewell, ya que ahí conoció a gran parte de sus alumnos, los que hasta hoy en día recuerda sus rostros “yo era muy querendona de los niños. Yo me enamoraba de los cursos que yo tenía. Tanto es así que durante el gobierno militar (yo ya había cumplido la edad para jubilar), pero tenía un curso tan amoroso, que desde el gobierno se fueron a quejar el que había montones de profesores (…). Entonces, me llamaron a la municipalidad para que entregara mi puesto. Luego yo llegué a Rancagua y ellos (los niños) me siguieron y eso que ellos eran pobres.” Esto lo destaca ya que en Sewell no debían pagar por la educación.
Pero no todo era color de rosa, ya que se presentaron muchos incidentes, como las avalanchas que se llevó un puente y con ello 102 vidas, además del incendio en la mina en donde murieron 355 mineros, un tren descarrilado que arrasó con 33 personas, la presencia de enfermedades como la silicosis, entre otros inconvenientes que posteriormente fueron detectados y mejorados.
En 1969 se fueron a Rancagua y en el 93 dejaron sus trabajos de Sewell. Sergio recuerda que “cada trabajador le asignaba un puntaje por donde trabajaba” a la cónyuge también se le colocaba un puntaje y en la sumatoria se veía el listado de dónde podían vivir. Así es como le regalaron una casa en Rancagua, para que tuviesen dónde vivir luego de desalojarlos. Los solteros tenían menos puntajes y al igual que en las alturas, se les diferenciaba por su estado civil.
Sewell en la actualidad

Ni Adriana, ni Sergio, ni Cecilia pueden volver a sus “raíces”, ya que el límite de edad es de 75 años. Aunque este no es el único impedimento, sino que al igual que los otros patrimonios, la pandemia no fue generosa con esta, ya que desde marzo del 2020 la Fundación Sewell, que hace su recorrido desde Rancagua, no ha podido retomar los viajes.
Comenzó con el nombre de “El Establecimiento” en 1904, pero desde 1915 se reconoce como “Sewell” como homenaje a la muerte de Barton Sewell, un socio fundador de Braden. Este lugar puede ser llamado “hogar” para algunos y ha sido motivo de reportajes, programas de entretención y documentales, pero este sitio deja su huella más allá que lo grabado, cuenta con una comunidad que sigue desarrollando sus vivencias al toparse con sewellinos en comunas aledañas. Todo esto se debe tomar en cuenta con respecto a que el 29 de abril se celebra el “Día de los sewellinos y sewellinas”, por lo que no tener un sentido de pertenencia es difícil.
De hecho, los tours en la ciudad y museo no son el único lugar de encuentro, ya que la virtualidad se tomó el espíritu sewellino, conformando un grupo Facebook en donde se reconocen unos a otros y complementan sus historias que no podrán volver a ser revividas por otra región.
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