Relatar para recordar

Relatar para recordar
“Que nos escuchen en todo Chile, que nos escuchen en el continente, que nos escuchen en el mundo. El equipo del pueblo, Colo Colo campeón de la Copa Libertadores de América, te espera Tokio. Se van a abrir las puertas para el fútbol chileno, país desconocido, país de poca estatura internacional, comienza a crecer, comienza a agigantarse (…) Arriba todas las banderas, iluminen el cielo como la iluminan, den rienda suelta a la alegría, den rienda suelta a la emoción”
Una fuerza de emoción vuelve a estremecer mi pecho, escuchando a través de mis audífonos cómo vibra el relato de Vladimiro Mimica en la final de la Copa Libertadores del año 1991. Nunca he sido muy fanático de Colo Colo, más allá de ser el equipo que apoyo, pero no puedo evitar sentirme conmovido, como si lo estuviera escuchando en vivo, recién enterándome de este triunfo tan significativo para el fútbol chileno, con la intensidad que esas palabras resuenan en mi cabeza, mientras espero a don Vladimiro en la entrada del History Coffee en una helada tarde magallánica.
Del popular barrio San Miguel, cuna de deportistas y clase obrera, “nuestros padres construyeron un gimnasio”, me cuenta tras la tentativa oración con la que parto la entrevista: usted viene del barrio San Miguel. Eran tiempos donde el invierno era realmente el invierno, con nieve que llegaba a las rodillas, cuenta mucho la gente mayor de acá.
- Se caían los techos por el peso de la nieve.
Eran niños y niñas que gustaban de lanzarse por las calles con pendientes de este histórico barrio, aprovechando la nieve y la escarcha que formaban un verdadero resbalín. Vladimiro tenía dos pasiones: el fútbol y la radio. Cuenta que a los 9 años sintonizaba los partidos de Chile-Argentina con dos radios al mismo tiempo, la chilena y la trasandina a través de ondas cortas.
Ciertamente llegó a esta plataforma, de una manera distinta al fútbol, pero llegó. Cantando, fue en representación del coro de su colegio a un programa infantil de la Radio Polar, una de las radioemisoras más antiguas del país. Habiendo tenido tantas apariciones en radio, una vez le pidieron que cambiara el repertorio; ofreció sus capacidades para relatar partidos de fútbol, y con un estilo copiado de Darío Verdugo, olvidado relator de la Cooperativa, los deslumbró, convirtiéndose en la voz de los partidos juveniles locales. Realizó sus propios programas de radio dedicados al fútbol a los 15 años.
- La radio es pura imaginación
Me comenta y entonces comienza a dictar nombres y apellidos de personajes de aquellos tiempos, antiguos locutores, radiocontroladores, amigos, compañeros de curso. Es capaz de nombrar a todos los jugadores en cancha de algún superclásico entre el Colo y la U de la década de 1970.
- Tiene una memoria muy buena, bastante lúcida, ¿Cómo la cultiva?
- Es un ejercicio de toda la vida.
Tras una vertiginosa ronda de penales entre Chile y Ecuador, la clasificación de la selección a Inglaterra 1966, lo hizo tomar la decisión. Partió solo desde Punta Arenas a Sunderland para llevar con Radio Polar, su narración en directo de lo que fue la experiencia de Chile en esos encuentros mundiales. La transmisión televisiva podía llegar días después, solo las radios podían transmitir el sentimiento de los instantes en que Rubén Marcos pudo haber cambiado la historia.
Nunca más volvió a ver los muros de estar en el extremo sur. En 1969 se fue definitivamente a Santiago a trabajar para la Radio Cooperativa. Solo en 2008 regresó a vivir a Punta Arenas, fue alcalde, terminó su periodo, volvió a Santiago donde estuvo en el Canal del Fútbol hasta el 2016. Eso sí, siempre regresó a la Patagonia, intermitentemente.
- Nunca corté el cordón umbilical
- ¿Cómo fueron esos procesos de adaptarse en la gran ciudad? Debió ser un cambio enorme con lo distinto que se mueve la gente acá… y el clima.
- La verdad, no me he podido adaptar acá (se ríe) … Son más de 40 años, en Santiago tengo muchos amigos, conocí a mi esposa, tuve a mis hijos.
En la gran metrópolis trabajó para muchas radios, algunos programas de televisión, fue la voz de la Bundesliga, las carreras de Colo Colo en la Copa Libertadores, la campaña de Chile en España 82. Definió su estilo particular, con frases como “Tuya mía para tí para mí, tac tac tac”, relatando en Lima la participación de Perú en Argentina 78, tras la no clasificación de la selección chilena. En todo encuentro deportivo celebró los goles con la misma fuerza y pasión.
- Relaté hasta un Sudamericano de Hockey Patín, eso nunca más lo volvieron a transmitir.
Colo Colo campeón de la Copa Libertadores de 1991 fue el momento cúlmine de su carrera como relator deportivo, logrando llenar de alegría y emoción a quienes solo pudieron escuchar ese histórico partido contra Olimpia de Paraguay. Fue tan importante ese momento en el que contaba con los comentarios de Carlos Caszeli, que lanzaron a la venta un casete con los relatos de los partidos del Colo en esa copa.
Sin embargo, el partido más diferido que tuvo que relatar, fue uno que pudo ver, pero realmente no se jugó, a pesar de que la FIFA dio el visto bueno a las condiciones para que el encuentro se juegue, en un Estadio Nacional de 1973 con miles de prisioneros que fueron escondidos por los militares. Era un partido de vuelta que se iba a disputar entre Chile y la URSS, en el que evidentemente el equipo visitante no asistió. Ya se había jugado el primer partido a poco más de dos semanas del golpe:
“A Rusia, Chile viajó en unas condiciones anímicas terroríficas, por todo lo que estaba pasando en el país. Y fue un partido que no vio nadie y que no transmitió nadie. Todo el mundo dice que fue uno de los mejores de Elías Figueroa con la Selección, que jugó un partido extraordinario, gigantesco, pero no lo vio nadie” comenta Vladimiro a La Tercera. Para él, el fútbol fue cómplice de la dictadura, y es necesario que el Estadio Nacional realice un verdadero acto de reparación con las víctimas.
El Cantagoles era un ferviente seguidor de Salvador Allende, desde que el compañero presidente representaba a la región de Magallanes en uno de sus periodos senatoriales. Lo conoció y fue una persona muy cercana, recorriendo varios kilómetros juntos por la Patagonia. Ingresó a militar al Partido Socialista, hasta que por desencantamiento se retiró en 1987, “yo era muy al estilo de Allende, dejé de ser útil para la política y me dediqué completamente a mi pasión”.
Cuando el país cayó bajo el manto del crimen contra la democracia, Vladimiro trabajaba para la Radio Magallanes, medio que apoyaba a la Unidad Popular. Fue apresado el 11 de octubre de 1973, en el Estadio Nacional donde permaneció 20 días. Le cuenta a Diario UChile que: “se me acusaba de activista peligroso y posteriormente me di cuenta, que ese activista estaba acusado de tener armas y de estar disparando desde la Torre de San Borja defendiendo al gobierno de Salvador Allende. (…) en los interrogatorios me preguntaron dónde estaban las armas, me decían que mi hermano ya había declarado, que había sido fusilado, que mi polola de aquél entonces había sido violada, en un trabajo psicológico que mina la resistencia de cualquier persona. Pero yo nunca había tenido un arma en mis manos”.
Posteriormente, el relator se exilió a Buenos Aires donde permaneció un tiempo. No pasó mucho cuando retornó a Chile, donde volvió al relato de fútbol hasta su salida el año 2008. Después de 40 años vuelve para quedarse en Punta Arenas y, por convencimiento del ahora diputado Carlos Bianchi, se postula como independiente para ser alcalde de la ciudad, resultando electo. Califica esa etapa como “maravillosa”, su mejor obra (a su criterio): reconstruir el Teatro Municipal, además de la formación de Juntas Vecinales, un montón de multicanchas, las tradicionales invernadas, definió el plan regulador y apoyó el Paro del Gas. En otras oportunidades, intentó llegar al Congreso, cosa que no logró, sin embargo, piensa no volver a la política.
Tras su paso por la alcaldía, se le vuelven a abrir las puertas en la capital donde reconoce que volvió a vivir una primavera. Pensando que ya se había retirado del relato, pudo incluso unirse con Caszeli para relatar un superclásico, de esto le comenta a La Prensa Austral “no ha sido un adiós, sino un hasta siempre, de los relatos deportivos” dejando siempre una puerta abierta.
En diciembre del año 2015 fallece su tercera hija a los 19 años, Tania, quien padecía una condición genética llamada síndrome de Prader-Willi, que se destaca principalmente por una sensación de hambre constante. Un episodio muy triste para el Cantagoles. En 2016 toma la decisión de volver a Punta Arenas definitivamente.
Intentó formar una nueva radio, llamándola Antártica, proyecto que duró pocos años. Se reincorporó a Radio Polar, casa mediática de su juventud y de toda la vida, donde a diario conduce el programa matinal Buenos Días Región, donde entrevista a distintas personalidades relevantes de Magallanes.
De su cuna, le importa profundamente la etapa de desarrollo a la que está entrando, siendo un territorio estratégico para la industria del hidrógeno verde. Me detalla las diversas dimensiones en que se debe abordar esta nueva etapa económica, como superar el déficit de vivienda debido a la nueva mano de obra que llegará. Está redescubriendo la literatura magallánica, obras de Nicolás Mihovilovic y Oscar Barrientos.
Tiene esperanza en Gabriel y en el Apruebo, para tener un gran acuerdo ciudadano. Sin embargo, le molesta la hostilidad de las diferencias políticas, me comenta de tantos amigos que tuvo que fueron de derecha con quienes siempre se llevó muy bien. En Magallanes, este tipo de relaciones se pueden llevar armónicamente a pesar de las diferencias.
Ve al fútbol chileno en un momento crítico: “Primero, debe separarse la ANFP de la Federación de fútbol chileno, debe haber mayor fiscalización de las sociedades anónimas, haber más apoyo a los inferiores, y darle mayor dignidad comunicacional al fútbol femenino. El gran desafío de Chile está en los Panamericanos 2023”.
A sus 78 años, don Vladimiro recuerda muchos detalles de su vida, los describe, enumera, recita y narra con el mismo fervor que aquella final del 91. Vuelve a dignificar la oralidad como motor de esa memoria colectiva que sigue, latiendo lentamente en tiempos en que estamos inundados de pantallas y buscadores de Google. Como oyentes de un pasado que no vivimos, las voces tienen esa fuerza en el relato, en su retrato, como cuando mi padre me contaba de aquellos jugadores y triunfos deportivos, como cuando mi abuela trae a la sobremesa episodios curiosos del campo.