La Negra Ester en tres actos

La Negra Ester en tres actos
Si prefieres leer con otros sentidos, te invito a escuchar la versión podcast esta historia sobre la aclamada obra “La Negra Ester”.
La entrada del teatro está rebosante de gente. Algunas caras conocidas se mezclan con otras anónimas, todas ansiosas por dejarse llevar por la obra que está a punto de empezar. En el lobby del edificio, en un pequeño stand se encuentra ella: la Negra, que ya no es Ester, vendiendo souvenirs de una obra que, a más treinta años de su estreno, sigue congregando al público con su trágica historia de amor. Con su sonrisa cálida, como la de una abuela amorosa, vende el merchandising y muchos de los que le compran no sospechan que los acaba de atender la mujer que alguna vez interpretó a la prostituta más famosa de Chile.
La sala del Teatro Nescafé de las Artes está envuelta en un aura indescriptible. Ya no es Providencia, sino el puerto de San Antonio a inicios de los años cuarenta. La bohemia y el ambiente de la época consumen el lugar incluso antes de que los actores pongan un pie en el escenario. Los marcos de ventana y latas de zinc, junto a un par de escaleras y una puerta, todos elementos recuperados de bodegas, le dan vida a Luces del puerto el prostíbulo donde Roberto Parra se enamora de la Negra Ester.
Es 11 de mayo, Andrés Pérez Araya debería estar cumpliendo años, pero hace décadas que trascendió las celebraciones terrenales. Sin embargo, su pasión, su método y su estética siguen palpitando en cada verso y movimiento de la obra de teatro más vista en la historia del país.
Primer acto: antes de La Negra Ester
Cuando Andrés Pérez llegó becado por el Instituto Chileno Francés de Cultura al Théâtre du Soleil, sintió que finalmente había descubierto su lugar. Se encontró con una realidad con la que sólo podía soñar estando en Chile.
Debido a que estaba subvencionado por el Estado francés podía dedicar parte de su tiempo a la investigación, a reposar sus músculos cansados luego de los ensayos y a compartir con los integrantes de los otros teatros y complejos culturales que componían la Cartoucherie de Vincennes, una antigua fábrica de armas convertida en centro cultural a las afueras de París.
Andrés Pérez pasó por todos los niveles que le ofrecía “el Soleil”. Tuvo que preparar la comida, ayudó a los músicos, a los técnicos, pasó por el área de costura, pintó y aserruchó. Allí, contaba el actor, fue encontrándose y reconociendo su chilenidad.
“Empecé a ver qué es lo mío. El orgullo de dejarse el pelo largo si eres moreno y darse cuenta que en Chile todo es bastante clasista”, le confesó en algún momento el artista a su amiga e investigadora teatral María de la Luz Hurtado.
Al centro del escenario
Un día en que el sol y la melancolía golpeaban el cuerpo de Andrés, Arianne Mnouchkine, directora del Théâtre du Soleil, finalmente lo invitó a improvisar arriba del escenario. Aquel momento marcaría su iniciación oficial en la compañía y también su futuro quehacer como director.
De la mano de la Mnouchkine, a quien siempre reconocería como una maestra, Pérez se fue empapando de distintas técnicas teatrales y corporales provenientes de las más diversas partes del mundo, desde el teatro oriental hasta la Comedia del Arte.
Sin embargo, a pesar del éxito que obtuvo en los seis años con la compañía de Mnouchkine, incluso llegando a protagonizar la obra L’Indiade como Mahatma Gandhi, la muerte de una amiga cercana lo hizo considerar retornar a Chile. Ansiaba estar nuevamente con su familia, compartir con su hijo, enamorarse y tener una casa con patio.

Pérez retornó a Chile para votar en el plebiscito del 88 con ganas de poner en práctica lo aprendido en sus años en Francia y con deseos de montar una obra que desbordara ternura, contrastando con los horrores que aquejaban al país en esos años.
Fue así, en el reencuentro con los actores con los que había trabajado en teatro callejero, que Andrés Pérez Araya conoció a la Negra Ester.
Esta obra comenzó a gestarse cuando la dictadura de Pinochet se desmoronaba. ¿Te interesan las historias enmarcadas en el retorno a la democracia Chilena? Te invito a que leas sobre El cine chileno de la transición
Negra Ester, segundo acto: teatro de personajes
Por falta de presupuesto el actor Willy Semler había abandonado un proyecto de teatro callejero que estaba trabajando con su compañía basado en las Décimas de la Negra Ester, la obra autobiográfica escrita en décimas por Roberto Parra. Cuando Andrés regresó a Chile, Semler le ofreció el material para que Pérez se encargara de dirigirlo y montarlo.
Él aceptó bajo una condición: la puesta en escena ya no sería para teatro callejero, sino que exploraría el teatro de máscaras, profundizando en los personajes. Con esa promesa y con venia del autor de la obra original, la estética de lo que se transformaría en La Negra Ester se fue consolidando.
Andrés Pérez brindó un acercamiento peculiar a esta nueva obra: cada actor probaría todos los personajes, y de a poco se iría revelando quién sería más idóneo para interpretarlo.
“El personaje también te escoge a ti. Hay que ser humilde, no ser voluntarioso ni agarrarse de un personaje. Todos tenemos el derecho y el deber de probar todos los personajes, porque el proyecto lo aceptamos y lo queremos”, le manifestó Andrés Pérez Araya sobre el tema a María de la Luz Hurtado.
Así, ciertos gestos y corporalidades de Ximena Rivas, tonos de voz de María José Nuñez, y la imponente presencia de Rosa Ramírez fueron construyendo el personaje de la Negra Ester, que finalmente sería interpretado por la última.
Telón arriba
Con sus máscaras listas, pintadas directamente sobre sus rostros, una escenografía que incluía materiales rescatados del puerto de San Antonio —como un balaustro de forma fálica y la puerta original del prostíbulo Luces del puerto—, la historia de amor y desamor de un cantor popular y una prostituta, se estrenó a la luz romántica de las candilejas en la plaza Puente Alto.

La obra, donde el sentimiento, el dolor y las angustias son una parte más de la vida, fue un rotundo éxito y prontamente se fue instalando en el imaginario popular con su representación particular de los bajos fondos de la sociedad chilena, donde la alegría, el desamor y los vicios conviven en una misma sintonía.
Trece años después de su estreno, la misma escenografía que vio función tras función a Roberto Parra enamorarse, fue la capilla en la que se velaron los restos de Andrés Pérez Araya. El actor, bailarín, dramaturgo y director, quien había estrenado recientemente su obra La huida, falleció por una neumonía producto del VIH, en la cama n°8 del hospital San José, la cual cobró la vida de 22 personas por una falla en las tuberías del suministro de oxígeno.
Aún con la pena de haber perdido a su director, la compañía Gran Circo Teatro, la cual se formó para el estreno de La Negra Ester y se disolvió varias veces para volver a unirse brevemente en honor a Pérez, continuó con sus funciones e hizo carne la frase más cliché del mundo de las tablas: el show debe continuar.
Tercer acto: otras negras, otras Esteres
Para el año 2015 la única que quedaba de aquel destacado elenco original que le dio vida a los personajes de Luces del puerto era Rosa Ramírez, que con más de sesenta años seguía dándole vida a Ester. Sin embargo, semanas antes de una función en Castro, Ramírez fue diagnosticada con una hernia lumbar y surgió la interrogante: ¿quién sería entonces la Negra?

Las miradas se dirigieron hacia Micaela Sandoval Ramírez, hija de Rosa, quien en ese momento estaba interpretando los personajes que originalmente habían estado a cargo de Ximena Rivas. Micaela llevaba ocho años en la producción como actriz y había crecido en los camarines de la obra, incluso llegando a ostentar el rol de vestuarista con solo nueve años de edad.
Así que, desde su lecho de enferma, la Negra le fue enseñando a la nueva Ester cómo debía usar el maquillaje, cómo debía moverse para encarnar a la querida prostituta. Esa fue la preparación para el debut de Micaela Sandoval en Castro, un debut que Rosa no pudo presenciar.
Tal como Andrés Pérez había aprendido en sus días en el Théâtre du Soleil, Micaela fue siguiendo los pasos de quien encontró a la Negra Ester, con sus movimientos particulares, sus gestos únicos. Se puso la máscara para habitar el personaje, como si estuviera representando a Arlequino o Scaramouche.
“Los personajes ya están investigados y tú tienes que hacer una muy auténtica imitación de lo que hizo alguna vez tal o cual actriz, pero con tu verdad, poniéndole tu torrente sanguíneo. La Micaela no está haciendo a la Rosa Ramírez, está haciendo a la Negra Ester”, aseguró Rosa Ramírez a Radio Pauta en 2023.
Con una especie de magia, resguardada celosamente por la antigua Ester, la visión y pasión de Andrés Pérez Araya se manifiesta y corre por entre los bastidores de su obra. Sus direcciones siguen retumbando por el teatro, porque en esencia se siguen manteniendo.
¿De no haber caído en la fatalidad de la cama n°8 el director habría revisado su obra? ¿Habrían cambiado las máscaras en favor de una mirada más fresca, moldeada por las nuevas ideas que surgen con el avance de la sociedad? ¿Hubiera desechado la representación estereotipada de los personajes extranjeros o los mantendría como testimonio del tiempo en el que fueron gestados?
Aquellas interrogantes, que no dejan de ser interesantes, nunca tendrán respuesta, por lo que La Negra Ester seguirá siendo un fiel registro de las tardes interminables en las que un grupo de personas le dio vida y dignidad a personajes marginales. Seguirá, ojalá por muchos años, siendo el legado vivo de Andrés Pérez Araya.
“Él es el director y va a serlo siempre”, aseguró Rosa Ramírez en 2002, poco después de su muerte.
La Negra Ester hoy en día
Rosa Ramírez está presente, aunque no arriba del escenario. Su boca ya no recita décimas de amor tóxico y apasionado. Su lugar ahora es otro. Detrás de escena, asegurándose que el legado de Andrés Pérez Araya siga con vida y sea honrado en las cuatro paredes del teatro de Providencia y en cualquier lugar que pise.
Cuando el actor que interpreta a Roberto Parra pide un minuto de silencio por la negra Ester, el teatro enmudece, como si se estuviera honrando a un ser querido. Es así en todas las funciones. La picardía y el encanto de la prostituta de San Antonio logra, en un par de horas, robarse el corazón de los presentes, haciendo aún más dolorosa su partida.
Pasado el minuto, todavía nadie se atreve a emitir un sonido. Solamente cuando la Regia Orquesta vuelve a tocar, el público se anima a aplaudir a los actores que, uno a uno, van apareciendo para hacer una reverencia.
El trance se rompe pero surge otro tipo de complicidad. La magia rebota en el aire y aparece él: no es de carne y hueso, pero sigue presente. Todos le cantan cumpleaños feliz, aunque hace mucho dejó de escuchar.
Es un ritual, una especie de acción de gracias y también un pregón para aquel que vivió el teatro con una pasión inigualable y que, demasiado pronto, dejó de caminar con los mortales para formar parte del panteón de los dioses del teatro.