Golpe de Estado: una imagen sin fin

Golpe de Estado: una imagen sin fin

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Una madrugada de octubre de 1973, un grupo de militares allanó la Quinta Bella, la población donde todas las personas que vivían ahí sufrieron los abusos y maltratos de una dictadura que esparcía el terror por todos los rincones del país. Aquí hay algunos recuerdos de esa cruda experiencia.

Foto: Lucas Araya (captura de pantalla de internet desde la cuenta de Cecilia Heyder en X)

Una herida abierta

En una fría tarde de 2023, mientras tomamos once, pregunto por aquella mañana. “A las cinco y media cerraron la población”, dice Eduardo Araya Torres, mi padre, al recordar el primer allanamiento a su barrio un par de semanas después del Golpe de Estado. “La acordonaron”, agrega Sonia Araya Baeza, mi madre. Ambos eran adolescentes en ese momento (15 años mi papá, 13 mi mamá). Hablan de cómo rodearon  la población por sus calles aledañas “ahí empezaron después a sacar a todos por los pasajes” recuerda mi mamá.

Para mi padre, una de las cosas desagradables que ocurrieron fue ver cómo algunas personas de las calles principales decían no ser de la población, impulsadas quizás por el miedo o el clasismo. “Eso fue feo” sentencia.

“Decían que salieran todos los hombres mayores de 15” recuerda mi madre, ahondando en esas palabras amenazantes y brutales “…y cuando la gente no salía, ahí es donde los sacaban en calzoncillos, lo que fuera, a pata pelá…”. En su versión, o lo que cree recordar, este iba a ser un procedimiento de revisión de antecedentes, pero terminó siendo algo más brutal.

Foto: Lucas Araya (captura de imagen de internet, dominio público)

La memoria de mi padre parece ser muy clara al recordar la distribución de quienes llegaban a la cancha. Toda la población, desde Recoleta hasta El Salto, agrupados por sector, calles y pasajes. En toda esta descripción, recuerda a un sacerdote que “fue muy simpático y tuvo una buena acogida. Todos respetaban al curita”. Sin embargo, rememora uno de los momentos más desleales que presenció: “pal allanamiento, estaba el curita rezando por todos, se supone, y llegaban los pacos, los milicos preguntando huevadas y se rascaba la pelá…ése pa’ adentro…era soplón”.

Mi padre hace un punto y una aclaración: “por qué sin camisa…había gallos que tenían que demostrar que era una operación la que tenían …tajo, pa afuera, hay que investigarlo. Todos los tajeados eran delincuentes, se suponía”, una estrategia feroz dentro de todo un operativo siniestro y violento.

A pesar de haber contado esta historia muchas veces, es primera vez que menciona a quienes salieron de su casa esa mañana rumbo a la cancha de tierra “yo, mi papá, tu tío Marcos…el Humberto ya se había ido y el Marcos tuvo que ir también porque el Marcos se fue en septiembre del año 74…y esto fue en el 73”.

Mi madre dice que de su casa solo fue su hermano mayor, Juan Carlos, pues los otros hermanos ya se habían casado y se habían ido de la casa materna. “Y los que no tenían identificación y salieron así nomás, iban las mamás a pedir por favor que les hicieran llegar los documentos, pero eran muy brutos”, cierra.

Foto: Lucas Araya (pantallazo de internet, dominio público)

Hubo otros casos con diferentes tintes, como alguno que se escondió en las alcantarillas pues contaba con antecedentes penitenciarios o un joven vecino que estaba haciendo el servicio militar en el regimiento Buin y entró a la casa de uno de sus amigos gritando “¡¿Dónde está el David?!” casi matando a la dueña de casa con esa broma de mal gusto. 

“Fue muy triste, mucho llanto, porque después, cuando los tiraban arriba del camión, uno no sabía lo que iba a pasar con ellos” recuerda Sonia, mencionando que ella vio por la ventana de su casa, agachada y oculta entre las cortinas.

Había un vecino, en la esquina del pasaje de mi padre, que era un militar retirado “y cuando llegaron los milicos, de le cuadraban porque lo conocían, era conocido”, dice Eduardo. “Estaban parados ahí y, si llegaban a decir algo, les llegaba su cachetazo”, apunta mi madre. “Decías ay y te apuntaban con el fusil…y abrías la boca cuando te preguntaban nomás” reafirma mi papá. 

Fantasmas que aparecen

Siempre hubo una imagen mítica de la cual mis familiares, tíos, tías y vecinos hablaban: mi padre en primer plano en la televisión pública en pleno allanamiento del barrio. Cada año nuevo, cada reunión aparecía esa descripción, esa toma que yo tenía que imaginar. Algo que a mi padre le incomodaba y recordaba con cierto desagrado. Nunca pude ver ni tuve acceso a esa filmación. En ninguno de los reportajes de televisión que pasaban cada 11 de septiembre aparecía mencionada esa invasión a nuestra población. Solo me quedaba imaginar a mi papá, más joven, en una pantalla en blanco y negro. 

En 2003, canal 13 lanzó una serie de especiales dedicados a recordar los años previos y posteriores al Golpe de Estado para conmemorar su 30 aniversario. Cada martes, diversos fragmentos de un Chile que ya no existe informaban sobre cómo era el país, su gente y su sociedad.

Era bastante interesante y divertido, ver a toda esa gente en una ciudad en sepia. El día que recordaron el golpe mismo, mostraron material inédito y rescatado de los archivos del canal. De pronto, entre aviones, disparos y gente apilada frente a tanquetas, aparecieron las imágenes de calles que pude reconocer. Eran los pasajes mi población de infancia y hombres en fila con las manos en la cabeza caminando hacia un lugar que yo conocía muy bien: la cancha de tierra. Ahí, las filas de hombres semi desnudos iban mostrando rostros que me eran conocidos. Claro, eran los vecinos que yo veía en mi infancia y adolescencia, solo que ellos eran niños y adolescentes en la pantalla.

De pronto, un frío recorrió mi espalda. Supe que vería lo que siempre imaginé ver. Y ahí, frente a mí, mi padre, extremadamente joven, sin polera, respondiendo preguntas a un militar con cañón en mano. Me rompí en mil pedazos. Lloré a penas lo vi ahí, tan pequeño, tan frágil, tan vulnerable. La persona que me lo dio todo y me protegió estaba ahí, indefenso, endeble, al borde del abismo de la muerte. No pude dejar de pensar en el miedo que debió sentir, en el terror que se escuchaba en su voz mientras le decía al militar que no trabajaba, que vivía en la calle trabajo.

“Si tú te fijas, cuando me preguntan a mí, los del lado me miraban nomás y casi nadie hablaba, nadie decía nada” mi padre cuenta esto mientras mi madre deja correr algunas lágrimas sobre la mesa del comedor. “En la tarde, cuando estaban dando las noticias…en ese momento estaba hablando el Pato Amigo…hay una imagen que la toman desde Sócrates…y termina esa imagen y pasan a la mía, y el gallo está diciendo en ese minuto estos son los delincuentes de la Quinta Bella. Cuando termina eso, me estaban enfocando a mí”, recuerda mi padre, entre pena y rabia por lo que tuvieron que vivir a manos de los militares afiebrados en poder y el estigma de la prensa del momento, algo muy chocante.

Video del momento revivido en este texto por mi padre.

Fuente: cuenta de X de Cecilia Verónica Heyder

Entre todos estos recuerdos, aparecen las imágenes de algunos que habían sido subidos a los camiones y cuyos cuerpos aparecieron al tiempo después “tirados en cualquier parte”, según mi madre, hipotetizando sobre una barrida política y social en ese acto macabro.

Las secuelas inmediatas y que nunca desaparecieron

Mi abuelo trabajaba en la municipalidad de Las Condes y, como funcionario, tenía la posibilidad de inscribir a sus hijos en el liceo 11, algo a lo que solo mi padre accedió. Recuerda que luego del golpe hubo suspensión de clases y que después del allanamiento, al volver a su colegio cuico, tuvo que enfrentar las miradas de todas las personas que pudieron verlo en televisión abierta.

“Yo no quería ir, en realidad, tenía como, no vergüenza, tenía rabia, impotencia. Entonces tu abuelo me dijo “no, no, no, usted tiene que ir igual al colegio”. Bueno, partí…y estaban casi todas las mamás de mis compañeros ahí, y todas me saludaron. De hecho, la directora, ella se dio cuenta de cómo yo iba me vio y me dijo, como para hacerla más grata, “pucha, por suerte estay aquí porque cuando te vi en la televisión yo ya quería ir a buscarte y tu papá me dijo que no, que ya estabay en la casa”. Recuerdos de momentos desagradables y difíciles que no le hacen temblar la voz a mi viejo, pero que sí le dan un semblante que pocas veces le he visto.

Mi madre dice que esas imágenes las repetían casi todos los días en la televisión, una forma de revictimizar a todo un sector y que jamás hubo reparación. Nunca nadie aclaró que se trataba de un operativo militar de identificación, no una redada a un grupo de delincuentes de Recoleta.

De un tiempo a esta parte, la imagen de mi padre siendo encarado por un milico en su juventud en la canchita del barrio se ha vuelto algo recurrente. Lo he visto en la tele, en internet, en posteos de grupos de memoria en Facebook y en Instagram. En su tiempo, incluso, fue portada de Lun. Sin embargo, para mi padre es un hecho poco grato y dice “me da lata porque…de hecho, esta semana, en el Facebook empecé a buscar así y decía gente que uno quizás conoce. Empecé a buscar y apareció una foto con la que se inicia el reportaje, entonces, ya, no la quería ver. Me da lata, me da lata” agrega. “Y no falta que te encuentras con alguien y te dice oye, tenís la misma cara…eso me provoca un malestar”, cierra.

Entre recuerdos de tanquetas en la noche, balaceras e imágenes de pura violencia suena el celular de mi papá. Es Marcos, su hermano mayor que vive en Australia. Lo está llamando para planificar un viaje a Mendoza que harán juntos. En ese momento se para de la mesa y la conversación y los recuerdos terminan, al menos por ahora. Yo me quedo pensando en todo lo terrible que tuvieron que vivir y lo poco que lo hemos hablado, a pesar de ser muy unidos.

La imagen que vi esa noche de 2003 nunca más se me borró, y cada vez que me la encuentro y la veo, vuelve el temor y las ganas de llorar, pero también vuelve el miedo y la pregunta que siempre me hago: ¿Qué hubiera pasado si ese milico que tenía en frente hubiese disparado o lo hubiese subido a un camión en su delirio patriótico?

Por suerte, nada de eso pasó y puedo tener la chance de hablar con mi viejo cada vez que quiero. Suerte que otros no tuvieron. Esa imagen me persigue, me golpea, me hunde, pero la realidad de mi padre viviendo, haciendo sus cosas, paseando a mi perro, yendo a dejarme comida cuando estoy enfermo me sana, de algún modo.

Herida del país

Este año, y con motivo de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado, he vuelto a revivir estas imágenes y he podido encontrar historias e inquietudes similares en diversos lugares, algunos más lejos y otros muy cercanos.

Por ejemplo, buscando en la red pude dar con un proyecto de documental hecho por Pepe Burgos y subido a Youtube. Se trata de un mini documental que intenta revivir el mismo momento que retrato en este texto. El testimonio de un vecino que sufrió las humillaciones de ese oscuro día es la base del trabajo. En este video, las palabras del testigo en primera persona son complementadas por las imágenes que tanto marcaron a mi padre y de las cuales pareciera no poder despegarme.

Proyecto documental de Pepe Burgos

También en el curso he podido leer, escuchar y compartir historias relacionadas al Golpe y sus efectos y consecuencias. Es el caso de Pía Oliva, quien escribió y publicó un bello y estremecedor texto sobre el tema aquí.

A 50 años del Golpe de Estado: Siempre serán secretos

Sin duda, se trata de un momento crucial y horrible en nuestra historia. Todavía hay heridas que no han podido sanar debido al silencio y la impunidad. El dolor de miles de familias, la herida de mi historia, de la historia de Chile. La imagen sin fin que se repite y sangra mientras el llanto aflora sin consuelo.

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