Película El hombre del cartel, violencia e infancia

Película El hombre del cartel, violencia e infancia
“Relaciones entre lo que pasa arriba y lo que pasa abajo, Tenías que ubicarte en un espacio intermedio (…) para verlas”
El hombre del cartel, p.32
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Literatura chilena 2021
El hombre del cartel, escrito por Mª José Ferrada, es la segunda novela para adultos publicada por la autora y disponible en librerías a cargo de Alquimia Editorial, donde nos narra cómo un hombre adulto decide no solo cuidar sino que vivir en un cartel luminoso de Coca-Cola, pero más allá de eso, qué sucede en su entorno íntimo y social durante la travesía.
La historia en breve
Ramón, de 45 años, vive en un bloque de departamentos en un sector marginal de la ciudad, desarrollando trabajos comunes hasta el día que consigue la tarea de cuidar los focos de luz de un cartel. A partir de entonces toma la decisión de vivir allí, trasladar todas sus cosas desde su departamento y no tener que lidiar más con nadie.
En un principio la idea solo divirtió a sus vecinos que con extrañeza lo veían día tras día desde sus ventanas, pero al avanzar el relato queda claro que las risas no serían parte del desenlace de esta historia.
Paulina es la pareja de Ramón y tía del narrador, Miguel, quien será el encargado de transmitirnos los sentires de la comunidad de los blocks y en particular de su madre, la Presidenta de la Junta de Vecinos, quien se opone férreamente a lo que ocurre.
Poco tiempo tuvo que pasar para que en los alrededores se asienten los denominados sin casa, en torno al cartel de Ramón, a resguardarse del frío con fogatas. Un solo encuentro bastó para que ambos grupos vecinos tornaran la vista de forma amenazante; el pasado de los habitantes del Block los asedia como una pesadilla demasiado reciente para ceder su posición actual.
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Un par de alcances
La participación del narrador en los hechos que se suscitan a diario en la comunidad entrega la cercanía e inmediatez que la autora buscaba retratar en su tono, pero no dejan de hacer ruido las descripciones que realiza e incluso las reflexiones que desarrolla, generando dudas desde lo lingüístico; el uso de vocabulario inapropiado para un niño de 11 años, incluso si lo imaginamos contando esta historia desde un futuro, no es convincente en relación a la historia que la autora construye sobre Miguel.
A pesar de no poder dejar de lado este ruido, la prosa avanza rauda por una historia muy bien encaminada a su final.
Dispuesta en tres escuetas divisiones, inicia con el título en mayúsculas “PRIMERA SEMANA”, el primer capítulo desglosa descriptivamente el día a día del proceso de instalación de Ramón en el cartel.
Asumí que la disposición seguiría esa línea, aún cuando el segundo membrete señala “LOS DÍAS SIGUIENTES” dando un aspecto más general; entonces la duda de si fue o no planeada esta estructura o si solo surgió de esa manera y lo maquillaron en el ensamble es inevitable.
Por último, “LOS DÍAS FINALES”, delata abiertamente su objetivo: terminar con el conflicto en 26 páginas o morir en el intento. ¿Funciona? lo dudo, más que una guía para organizar el relato resultó disponiéndome de forma errática frente a la prosa límpida que ostenta Ferrada haciéndome titubear al momento de avanzar.
Luz al final del túnel
La poca relevancia de espacios académicos y en contraparte la exploración del ejercicio contemplativo desde el cartel devela, en medio de este escenario gris, un espacio de belleza esperanzadora, casi emancipadora de la realidad más vívida.
Ramón funciona aquí como el silencioso guía; cada conversación que sostiene con Paulina en lo alto de su nueva morada no hace más que mostrarnos un temple distinto, otro ritmo de pensares que entre silencios nos traslada a las conclusiones más oníricas posibles respecto del resplandor de las estrellas, por ejemplo. “Relaciones entre lo que pasa arriba y lo que pasa abajo. Tenías que ubicarte en un espacio intermedio (…) para verlas” (p.32).
Así, sus vecinos lo señalan como una amenaza, una forma de vivir que desafía a la propia; “ellos eran gente decente que se bañaba en la mañana, trabajaba durante el día y dormía por la noche.” (p.69) es una frase que se repite más de una vez en el texto por parte de los adultos y es evidencia de un yugo sistemático que los ha convencido de que quien no produce no vale, es vago y, por lo tanto, representa algo deleznable. El miedo a salir de la norma.

Pincelada maestra al imaginario criollo
Violencia y marginalidad serán los ejes centrales para el desarrollo de sus personajes: un escenario ocre, seco y terroso que combina perfectamente con nuestra idea de lo que son las vivencias llenas de privaciones y reacciones violentas en todo orden jerárquico; Miguel, a sus cortos 11 años parece ya comprender que habrá siempre quien castigue, tristemente no se equivoca.
Insultos que terminan en castigos privativos o físicos son lo normal en una convivencia poco armoniosa entre madre e hijo en medio de un bloque de departamentos en donde todes se escuchan con todes; incluso ante las preguntas más retóricas se anuncia una otra voz opinando, respondiendo.
El miedo de una comunidad palpitando bajo la memoria de alguna vez no haber tenido con qué abrigarse o agua limpia para beber dispone a esta vecindad en un tono reaccionario, altamente discriminador y clasista frente a la aparición de un segundo elemento disruptivo: los sin casa.
La memoria de haber sido alguna vez los sin casa en esos mismos alrededores pone a la comunidad en alerta: las tomas de terreno en Chile no son algo nuevo, la posterior lucha por la regularización de terrenos y vivienda tampoco, por lo que es inevitable entender la sensación de amenaza que ven en un grupo que persigue la misma necesidad de bienestar, de estabilidad.
Es cruel ver tan claramente lo que los seres humanos somos capaces de generar en otros, tanto los vecinos de departamentos como los sin casa sienten recelo el uno del otro, ninguno quiere dañar al otro, pero la sola convivencia parece crispar los atardeceres de ambos.
La casa propia y el trabajo son dos máximas en Chile que tienen algo en común: son elementos que configuran la civilidad, la pertenencia, y son muy complejos de conseguir debido a los sesgos económicos y culturales que permiten su obtención; por otro lado, se presentan como fundamentales en un sistema sin tiene piedad.
Ramón: un personaje, otro mundo
Para terminar, me permito destacar a Ramón. Un personaje que permite nuevos espacios de discurso en sus silencios; que regala sin ambiciones sus reflexiones y comparte sus vistas lejanas favoritas con toda la intriga que a él mismo le generan.
Un respiro al imaginario de personajes hiperelocuentes o dueños de la verdad que, de no ser por lo incómodo de su narrador infantil, brillarían aún con más fuerza los hilos de su pensamiento y reflexiones esencialistas.